La crisis económica y la pandemia dejaron en situación crítica a las cantinas escolares como modelos de negocio, pero la mayoría logró sobrevivir y afrontan de manera positiva el regreso a clases presenciales. Zelle, pago móvil, efectivo en dólares y hasta crédito se utiliza como medio de pago para adquirir los productos
Tal Cual – Caracas, 2 de diciembre de 2022. Previo al cataclismo que sufrió la economía venezolana desde 2013, comprar en una cantina escolar era un proceso sencillo para cualquier estudiante. Solo debía recibir de sus representantes un par de billetes de baja denominación y entregarlos al vendedor a cambio de su par de empanadas o tequeñones. Incluso, de corresponder, les entregaban el cambio en monedas, que ahora prácticamente desaparecieron de la memoria colectiva del venezolano.
Antes de que el bolívar fuese al gimnasio para ser «fuerte», y previo a desarrollar su sentimiento soberano, era una moneda fácil de utilizar. Para los niños de hoy es casi una fábula relatar todo lo que se podía comprar con un billete de 100 bolívares, el de más alta denominación en su tiempo, aquel de faz marrón.
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Ahora, luego de las extendidas hiperinflación y devaluación, las finanzas se gestionan desde un celular, con herramientas como Pago Móvil, utilizadas para transferir fondos directamente desde las cuentas bancarias de los representantes, con los riesgos que esto implica.
Desde el otro lado de la acera, las cantinas han tenido que adaptarse para no morir. En un país donde se redujo excesivamente el consumo por la merma del poder adquisitivo, no podían darse el lujo de perder más clientes ante la ausencia de alternativas de pago. Por eso se actualizaron rápidamente y adquirieron puntos de venta, habilitaron el pago móvil de sus cuentas bancarias y, en algunos casos, obtuvieron hasta direcciones de Zelle para recibir pagos en divisas digitales.
Y es que, ante la crisis económica y la incapacidad del Gobierno para resolverla, es la misma población la que ha buscado sus propias alternativas para lograr que sus actividades funcionen con cierta normalidad.
Las soluciones no pasan únicamente por los medios de pago, sino por la creatividad de los sistemas implementados por la mayoría de las cantinas para mantener orden en su flujo de ventas.
Esta creatividad se evidencia en colegios como La Salle La Colina, en Caracas, donde la cantina introdujo un sistema de pago por tickets en el cual el cliente paga un monto en dólares y recibe el equivalente en boletos de $1 o $2 a canjear por productos.
De acuerdo con Fausto Romeo, presidente de la Asociación de Institutos Educativos Privados (Andiep), este tipo de soluciones son comunes incluso desde antes de la pandemia, pues los problemas con el dinero en efectivo se remontan a 2017, cuando la hiperinflación diluía cualquier monto en bolívares en cuestión de días.
«La cantina comúnmente se maneja con créditos. Los padres abonan un dinero, sea por transferencia, pago móvil o como sea y los estudiantes tienen un crédito. Es lo que se ha hecho en los últimos años, incluso antes de la pandemia. El pago móvil es el más usado para los pagos. Todos los concesionarios de cantina tienen el pago móvil», aclaró.
Esta tendencia se puede apreciar en la operatividad de la cantina de Arnaldo Pérez, quien tiene la concesión en un colegio de San Bernardino, en la ciudad capital. En su caso, los representantes establecen un límite de consumo en las cuentas que abren los estudiantes, para así no preocuparse por gastos excesivos.
«Así evitan que gasten más de lo que deben y nosotros no tenemos problemas», explicó Pérez después de confesar que casi cierra el local antes de la pandemia. Decidió mantenerla y ha visto una recuperación importante desde que la educación volvió a tener carácter presencial.
Pese a casos de éxito como el de Pérez, la situación ha empeorado para la mayoría de las cantinas del país. En recorridos por instituciones privadas a lo largo del país, Romeo relata que ha evidenciado cómo el consumo de alimentos en los colegios ha disminuido.
La pérdida del poder adquisitivo ha golpeado a todas las familias venezolanas y muchos padres prefieren enviar a sus hijos con el desayuno hecho, en lugar de darles dinero para que consuman comida de la cantina.
Los pocos que compran en estos establecimientos escolares, tienen que encontrar métodos de pago alternativos al dinero en efectivo. La tendencia principal en este sentido es la apertura de cuentas prepagadas o pospago. Es decir, la cantina abre una cuenta para el estudiante, este consume lo que desea y paga al final de la semana. En algunos casos, se paga antes y el estudiante resta del saldo disponible cada vez que pide algún producto.
Las cantinas sobreviven… casi siempre
El equipo de TalCual entrevistó a diversos representantes de estudiantes de educación inicial y media. En la mayoría de los casos, afirmaron que en los planteles de sus hijos hay cantinas operativas.
Estos comercios funcionan por concesiones. Los colegios otorgan uno de sus espacios a un privado para que opere como cantina y esta es administrada de manera independiente a la institución. A cambio, los administradores deben pagar una cantidad determinada de dinero.
Según explica Romeo, lo que ha ocurrido en los últimos años es que los colegios cobran poca cantidad de dinero —que en ocasiones se descuenta incluso del consumo del personal de la institución en la cantina— a cambio de que los precios sean accesibles para los estudiantes.
«Casi todos los colegios han dejado que el concesionario pague algo irrisorio, pero con la condición de que ofrezca un buen servicio y un precio totalmente solidario para que los estudiantes puedan comer allí. En muchos casos, ni siquiera se pagan porque el director pide cafés y los directivos consumen. La idea es que el estudiante o el profesor puedan tener disponibilidad de un alimento», explicó.
El pago reducido por la concesión es lo que ha dado oxígeno a muchas cantinas pequeñas en el país, para sobrevivir a pesar de la baja del consumo por parte de los estudiantes.
No obstante, en algunos colegios, los operadores de las cantinas no resistieron la crisis y dejaron la vacante. En estas ocasiones, se buscan alternativas. El expendio de alimentos y bebidas en el colegio pasa a manos de representantes, miembros de la comunidad, emprendedores e incluso estudiantes.
En un liceo ubicado en el barrio La Agricultura, en Petare, la cantina cerró incluso antes de la pandemia. Una estudiante contó a TalCual que las encargadas de vender alimentos dentro de la institución ahora son las profesoras y una vigilante del mismo colegio.
«Hay ponquecitos, donas, tostones y jugos. A veces llevan empanadas o arepas. Normalmente preguntan el día anterior quiénes pedirán para no llevar productos de más», detalló.
Un relato similar fue ofrecido por Marilyn Rengifo, representante de una unidad educativa en El Marqués que vio la desaparición de la cantina en el colegio de su hijo como una oportunidad para ampliar un negocio que tenía desde casa. A la hora del recreo, se dirigía al plantel a vender empanadas, tequeñones, pastelitos, croissants y jugos.
«Hicimos un grupo en el que los padres podían pedir y pagar por pago móvil o transferencia bancaria lo que su representado iba a consumir. También podía cancelar el pedido al día siguiente en efectivo», resaltó.
Pese al éxito que tenía el negocio de Marilyn, el colegio le impidió seguir utilizando sus espacios para financiar sus promociones.
«La labor de lo que yo manejaba como una especie de cantina ahora la tienen los alumnos de quinto año para recaudar fondos para sus actividades, y algunas maestras que ofrecen snacks y helados. Yo todavía sigo vendiendo por encargos, pero entrego fuera de la institución. Igual me siguen comprando», destacó.