Valencia, 20 de mayo de 2025-. Estudiantes venezolanos incursionan más temprano en el trabajo informal. Miguel, de 16 años, soñaba con ser administrador, pero la realidad económica de su hogar en El Junquito lo obligó a abandonar el bachillerato. Su madre, Carmen, perdió su empleo el año pasado, haciendo imposible costear transporte, útiles escolares y comida. «Muchas veces caminaba con mis hermanos hasta el kilómetro 12 porque no había dinero», relató Miguel.
Como Miguel, 3.900.000 niños y adolescentes han dejado el sistema educativo venezolano. Así lo revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2024. El sociólogo Tulio Ramírez explicó a Crónica Uno que el abandono escolar es multifactorial y se agrava por la crisis educativa.
Estudiantes venezolanos incursionan más temprano en el trabajo informal
«La gente no deja de estudiar por flojera, sino porque está en pobreza estructural. No tienen cómo cubrir las necesidades básicas», subraya Ramírez. Cuanto más pobre sea la familia, mayor será el abandono escolar.
Trabajar, la única opción para muchos jóvenes
Miguel ahora trabaja en una frutería y ayuda a su madre, ganando $150 al mes. Los fines de semana, apoya a su tío en trabajos de albañilería. Su madre, mientras tanto, limpia casas. Según Ramírez, la necesidad de aportar económicamente a sus familias es un factor determinante para la deserción escolar.
La crisis educativa ha colapsado la calidad de la enseñanza. Esto lleva a muchos jóvenes a creer que la escuela perdió su rol de movilidad social. Para ellos, ya no es la vía para salir de la pobreza, alega Ramírez.
El Programa de Alimentación Escolar (PAE), que incentivaba la asistencia, no llega a un tercio de las escuelas. La Encovi reveló que el 33% de los programas están suspendidos o no funcionan. Mariano Herrera, experto en políticas educativas, destaca la inseparabilidad entre educación y alimentación. La ausencia del PAE propicia el ausentismo escolar, pues «si no hay comida, los padres no mandan a sus hijos», concluye Herrera.
Desmotivación y consecuencias de la deserción
Verónica, de 17 años, también abandonó los estudios. Lamentó no aprender nada y la falta de clases. Ahora, hace uñas en una peluquería, una opción que le permite sobrevivir. Para muchos jóvenes, aprender oficios prácticos se convierte en prioridad frente a la escuela.
La deserción es un síntoma del colapso del sistema educativo, recalca Herrera. La falta de profesores, horarios reducidos, instalaciones en ruinas y un currículo obsoleto frustran a estudiantes y familias. La desmotivación escolar crece con el deterioro institucional, según los expertos.
Miguel y Verónica viven de la economía informal, sin entrenamiento ni seguridad laboral. Este costo es alto para miles de jóvenes. Venden frutas, hacen uñas, cargan sacos de cemento, o limpian parabrisas. Son trabajos sin contratos ni perspectivas de futuro.
La falta de una formación académica limita sus aspiraciones. Verónica, por ejemplo, ha cambiado de trabajo tres veces. Recibe un pago reducido por ser menor de edad.
Ramírez advierte que el ingreso temprano al trabajo, lejos de empoderar, atrapa. El empleo informal expone a los jóvenes a inestabilidad, salarios bajos y condiciones precarias. Muchos desconocen estos riesgos.
Los especialistas advierten que, sin políticas públicas y mejoras en la calidad docente, el abandono escolar podría volverse una tendencia estructural. Revertir la situación exige una reconstrucción profunda del sistema educativo. Esto implica recuperar el valor del docente, asegurar alimentación escolar y mejorar infraestructura.
En Venezuela, miles de pupitres vacíos demuestran que estudiar ya no es una garantía ni una opción para muchos.