Telemundo – Valencia, 8 de noviembre de 2024-. En el transcurso de la última década, el presidente electo Donald Trump ha quebrado a ambos partidos políticos nacionales.
Entró por primera vez en las primarias republicanas de 2016 con una agenda y un estilo que iban en contra de las convenciones del Partido Republicano. Desde entonces, el Partido Demócrata se ha definido más que todo en oponerse a él, en lugar de centrarse en sus propios valores y plataforma. La victoria en 2020 del presidente, Joe Biden, parece –ahora más que nunca– un freno electoral en un trayecto que se aleja cada vez más del establishment.
Durante la mayor parte de los últimos 20 años, los votantes estadounidenses han estado gritando que no creen que su Gobierno les sirva a ellos. Antes de Trump, los demócratas nominaron (y el país eligió dos veces) a Barack Obama, un candidato que se enfrentó a líderes que llevaron al país a guerras eternas y a una crisis financiera y de vivienda que casi derribó la economía.
A eso hay que añadirle este dato: es la primera vez desde 1896 que los votantes han desbancado al partido gobernante en tres elecciones presidenciales consecutivas (en las décadas de 1880 y 1890, lo hicieron cuatro veces consecutivas).
En estas elecciones, no hubo mayor símbolo de la falta de rumbo de las viejas guardias de los dos partidos que la familia Cheney y la candidata presidencial demócrata abrazándose, algo que, de alguna manera, no les pareció incómodo. Su matrimonio de conveniencia dio más credibilidad a los argumentos de Trump de que las élites sirven primero a sus propios intereses.
Al igual que las dos elecciones de Obama, la segunda victoria de Trump fue decisiva según los estándares históricos modernos. No hay necesidad de contar cuántos miles de votos ganó en los estados clave más cercanos.
Pero si hay un resquicio de esperanza para los demócratas, es que el cambio nacional en el electorado todavía se puede medir en un puñado de puntos porcentuales. Esto no fue como cuando Ronald Reagan se quedó con todo, excepto Minnesota y D.C., en 1984.
Los demócratas tienen tiempo ahora para evaluar cómo su partido puede volverse más receptivo al sentimiento público mientras esperan las elecciones intermedias de 2026 y las elecciones presidenciales de 2028.
El senador Bernie Sanders, independiente por Vermont, los criticó duramente por alienar a los votantes blancos, negros y latinos de la clase trabajadora. Puede que no sea la persona adecuada para defender ese argumento, dado que fue el arquitecto y animador de la agenda económica de Biden, pero probablemente tiene razón.
Los demócratas harían bien en empezar con el tema en el que Trump insistió y que era la principal preocupación de la mayoría de sus votantes: la economía.
Durante cuatro años, Biden y la vicepresidenta, Kamala Harris, intentaron convencer a los votantes de que sus planes estaban funcionando en lugar de moldear su agenda para responder al dolor económico que sienten tantos estadounidenses. Primero, dijeron que la inflación no era un problema. Luego dijeron que era transitoria. Finalmente, señalaron que su tasa se estaba desacelerando. Con pocas excepciones (promesas difíciles de implementar para prohibir la especulación con los precios), casi no se detuvieron a reconocer el daño que la inflación acumulada causó a las familias trabajadoras.
Presentaron hechos y cifras para explicar que la economía está en mejor forma que sus contrapartes en todo el mundo. Las propuestas de política económica de Harris fueron en gran medida ampliaciones de las propuestas de Biden, como créditos fiscales para las familias con niños y para compradores de vivienda más generosos de lo que él pedía. Biden no advirtió al público cuando asumió el cargo que el gasto por la pandemia del año anterior probablemente causaría inflación.
Pero la otra cosa que Biden y Harris no hicieron (a pesar de la reputación de empatía del presidente) fue escuchar el clamor por ayuda y dar forma a su agenda en torno a él. Los demócratas no tendrán a nadie a quien culpar más que a ellos mismos si no se dan cuenta de eso antes de las próximas elecciones.
Mientras tanto, Trump tiene ahora el poder de reformar el Gobierno —las instituciones de la democracia— porque ha reconstruido el Partido Republicano en torno a una visión más populista y proteccionista de la economía que resultó persuasiva para el electorado.
Para luchar eficazmente por los temas que más les preocupan, desde la forma misma del Gobierno hasta el derecho al aborto, los demócratas tienen que asegurarse de que los votantes no los vean como una amenaza a la prosperidad económica.
Con información de Telemundo.