Maquillador repatriado desde prisión en El Salvador reconstruye su vida. Andry José Hernández Romero ya eligió el color de su traje para el Día de Reyes en Capacho, su pueblo natal en los Andes venezolanos. Será verde, “como la esperanza”. La misma que lo sostuvo durante los cuatro meses que pasó en la cárcel de máxima seguridad Cecot, en El Salvador, tras ser detenido como parte de una operación migratoria impulsada por el expresidente estadounidense Donald Trump.
Hernández, de 31 años, es maquillador y miembro de la comunidad LGBTQ. Fue uno de los 251 venezolanos deportados desde Texas y enviados al penal salvadoreño en medio de acusaciones infundadas de pertenecer a bandas criminales como el Tren de Aragua. Nunca fue acusado formalmente de ningún delito.
“Esta es la gran controversia que me ha hecho demasiado daño”, dice Andry por Zoom, al mostrar dos de sus tatuajes: las palabras “mamá” y “papá” coronadas, motivo por el cual fue vinculado falsamente a pandillas.
Maquillador repatriado desde prisión en El Salvador reconstruye su vida
La cárcel, descrita por organizaciones humanitarias como un “cementerio de los vivos”, fue escenario de malos tratos, acoso y violencia psicológica, especialmente para los migrantes LGBTQ como él. “En El Salvador, créanme, los derechos humanos no existen. Y los derechos LGBTQ, menos aún”, denunció.
Su familia no supo nada de su paradero durante cuatro meses. Para ellos, fue una desaparición forzada. La confirmación llegó tras una lista filtrada publicada por CBS en marzo de 2025. Investigaciones posteriores revelaron que el 90 % de los deportados no tenía antecedentes penales.
“Todo Capacho me abrazó”
El 23 de julio, Hernández regresó a Venezuela tras un intercambio de prisioneros entre los gobiernos de Bukele y Nicolás Maduro, que incluyó también la liberación de ciudadanos estadounidenses detenidos en Caracas.
A su llegada a Capacho, su madre lo recibió con pisca andina y su hermano con salchipapas, sus platos favoritos. Desde entonces, ha recibido muestras de apoyo de toda la comunidad.
“Me ha sorprendido toda la solidaridad”, expresó. “Mis padres nunca dejaron de luchar por mi libertad. Les estaré agradecido toda la vida”.
“Tienen que limpiar nuestros nombres”
Ahora, junto a sus abogados, Hernández se enfoca en buscar justicia: limpiar su nombre y el de sus compañeros. “Nos marcaron con tinta legal”, dijo. “Ninguno de nosotros pertenece al Tren de Aragua. Donald Trump y Nayib Bukele deben rendir cuentas”.
Pese al trauma que aún persiste —el sonido de llaves o una puerta cerrándose le causa ansiedad—, Hernández ha vuelto a dibujar bocetos y sueña con retomar su carrera en el maquillaje. También desea fundar una organización benéfica llamada Ángel de Dios, para apoyar a niños con VIH y cáncer.
“Creo que Andry Hernández seguirá siendo el mismo Andry de siempre”, afirma. “El mismo que ama el arte, la justicia y cree en un mundo donde todos podamos ser quienes somos”.